El hombre que hablaba de platillos voladores
Una crónica sobre las relaciones de Gabriel García Márquez con los ovnis y la vida extraterrestre.
El 20 de julio de 1969 el módulo lunar de la misión Apolo 11 descendió sobre una cuenca basáltica llamada Mar de la Tranquilidad. Era uno de los tantos mares secos que poseía la Luna, formado por el impacto milenario de los meteoritos. Allí bajaron los astronautas Neil Armstrong y Edwin ‘Buzz’ Aldrin, quienes dejaron una placa conmemorativa sobre la superficie del satélite: “En este lugar los hombres del planeta Tierra pusieron por primera vez un pie en la Luna. Venimos en son de paz en nombre de la humanidad”.
Frente a los seiscientos millones de telespectadores la hazaña parecía sacada de un programa de ciencia ficción. Los más viejos recordaban aquel 30 de octubre de 1938, víspera de Halloween, en que Orson Welles narró por radio La guerra de los mundos y le hizo creer a media Nueva Jersey que los Estados Unidos estaban siendo asediados por una invasión alienígena. En otros países, donde las nostalgias no eran tan gringas, la gente pensaba en películas. El escritor colombiano Gabriel García Márquez, por ejemplo, evocó sus dos epopeyas interplanetarias favoritas: La invasión de Mongo y 2001: Odisea del espacio. La primera la había visto en varias matinés domingueras del Teatro Colombia en Barranquilla, precisamente en 1938. La segunda, dirigida por Stanley Kubrick, se había estrenado en abril de 1968, casi un año antes de que Michael Collins, el tercer hombre a bordo del Apolo 11, escuchara una extraña música proveniente del espacio exterior, un sonido de “woo-woo” que rompió el silencio de su recorrido orbital sobre la cara oculta de la Luna.
Ya para ese tiempo García Márquez se había convertido en un hombre que hablaba de platillos voladores. En el año del histórico alunizaje, la revista española Cíclope en su número 16 divulgó una entrevista en la que el escritor conversaba sobre la vida extraterrestre y las naves espaciales.
– ¿Qué opina usted sobre los ovnis?
– Mi opinión sobre los ovnis es de sentido común: creo que son naves procedentes de otros planetas, pero cuyo destino no es la Tierra.
– ¿Cree en la posibilidad de la existencia de vida en otros planetas?
– Es conmovedora la soberbia de quienes afirman que nuestro planeta es el único habitado. Creo más bien que somos algo así como una aldea perdida en la provincia menos interesante del Universo, y que los discos luminosos que vemos pasar en la noche de los siglos nos miran a nosotros como nosotros miramos a las gallinas.
En su novela Cien años de soledad, publicada dos años antes de la entrevista, los discos luminosos aparecen surcando el cielo para presagiar la muerte o anunciar que algo termina. La primera en observarlos fue Úrsula Iguarán, una noche en que el Coronel Aureliano Buendía se disparó en el pecho después de haber firmado su rendición ante el Gobierno:
«Lo han matado a traición –precisó Úrsula– y nadie le hizo la caridad de cerrarle los ojos». Al anochecer vio a través de las lágrimas los raudos y luminosos discos anaranjados que cruzaron el cielo como una exhalación, y pensó que era una señal de la muerte.
Luego le tocó el turno para verlos a Santa Sofía de la Piedad, otra noche, a pocas horas de la muerte de Úrsula:
Santa Sofía de la Piedad tuvo la certeza de que la encontraría muerta de un momento a otro, porque observaba por esos días un cierto aturdimiento de la naturaleza: que las rosas olían a quenopodio, que se le cayó una totuma de garbanzos y los granos quedaron en el suelo en un orden geométrico perfecto y en forma de estrella de mar, y que una noche vio pasar por el cielo una fila de luminosos discos anaranjados.
El último personaje de la novela que los miró fue Amaranta Úrsula. Estaba en la cama, batallando desnuda contra la fuerza sexual de Aureliano Babilonia, su sobrino. Consumaban, por fin, el incesto:
Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte.
Es curioso que casi todas las personas que avistaron estos objetos voladores fueran mujeres. Bajo esa lógica no sería muy descabellado creer que el ascenso a los cielos de Remedios, la bella, haya sido una abducción alienígena y no un prodigio de Dios. Imagino la luz de un rayo anti gravitacional cayendo sobre el jardín de la casa de los Buendía, Amaranta y Fernanda del Carpio desconcertadas por la tecnología desconocida, los pétalos de las dalias desprendiéndose de sus tallos, y en medio de todo ese acontecimiento extraordinario Remedios, la bella, elevándose entre un desorden de sábanas succionadas por accidente, como en una escena nunca antes vista de una película de Steven Spielberg influida por el trópico.
– ¿De dónde cree que proceden los ovnis o quién los dirige? –continúa el anónimo entrevistador.
– Los ovnis deben de estar tripulados por seres cuyo ciclo biológico es desmesuradamente más amplio y fructífero que el nuestro –responde Gabo–. No se ocupan de nosotros porque acabaron de estudiarnos hace miles de años, cuando se hicieron las últimas exploraciones del Universo, y no solo saben de nosotros mucho más que nosotros mismos, sino que conocen inclusive nuestro destino. En realidad, la Tierra debe de ser para ellos una isla de emergencia en los azares de la navegación espacial.
Cuando el piloto del módulo de mando del Apolo 11, Michael Collins, notificó a la NASA del misterioso sonido que había escuchado durante su trayecto por la cara oculta de la Luna, los técnicos le dijeron que se había tratado de una interferencia entre los radios. La hipótesis de un mensaje extraterrestre fue rechazada de inmediato. Sin embargo, dos décadas más tarde, a unos 384.400 kilómetros de distancia media, con los ojos puestos en una pila de documentos antiguos, en la multitudinaria Tierra, García Márquez sí pudo extraer un recado de la Luna. Lo hizo para su octava novela, El general en su laberinto. El colombiano quería probar que Simón Bolívar tenía tendencias licantrópicas, es decir, que su personalidad podía sufrir alteraciones por la presencia de la luna llena. Para ello investigó las fases lunares de todas las noches de los primeros treinta años del siglo XIX. Esta era una idea que se le había ocurrido cuando descubrió que en una carta de Manuela Sáenz al general O’Leary se decía que la noche del atentado del 25 de septiembre contra Bolívar (1928) había habido una luna redonda y amarilla como un tazón de sopa. Otra noche, la del 8 de mayo de 1830, cuando Bolívar pasó por Guaduas luego de haber renunciado a la presidencia, también había sido luna llena.
Para García Márquez esta era su propia carrera espacial, librada contra sí mismo y para sí mismo, en favor de la literatura. Daba por sentado que la competencia de cohetes y astronautas entre los Estados Unidos y la Unión Soviética había sido un fracaso. En marzo de 1977, en una entrevista concedida al periódico El Espectador y la productora televisiva RTI, el escritor comentó: “Mientras no encuentren otro ser humano en algún lugar del universo, la conquista del espacio será un fracaso. Es exactamente el problema de la literatura, el problema del arte. Mientras el arte y la literatura no le transmitan a los lectores, a los espectadores, un problema de la vida, un problema de los seres humanos, será un fracaso completo”. Hay un instante de esa entrevista en que García Márquez levanta las manos a la altura de su pecho y las acerca entre sí como si estuviera sosteniendo un cubo invisible; entonces dice: “Si hubieran encontrado un marciano, siquiera de ‘este’ tamaño, en este momento la conquista del espacio sería el espectáculo más extraordinario y toda la humanidad estaría pendiente de eso”.
– ¿A qué atribuye esta persistencia de algunos científicos en negar, no ya la posibilidad de que existan naves extraterrestres, sino también el fenómeno en sí? –pregunta, finalmente, el entrevistador sin nombre.
– Lo que pasa es que la humanidad no supo merecer la sabiduría de los alquimistas, que consideraban el laboratorio como una simple cocina de la clarividencia, y ahora estamos a merced de una ciencia reaccionaria cuyo dogmatismo ramplón no admite las evidencias mientras no las tenga dentro de un frasco. Son científicos regresivos que niegan la existencia de los marcianos porque no los pueden ver –explica Gabo, para después concluir con el argumento de ciencia ficción más Caribe del mundo–: Seguiremos viendo con la boca abierta esos discos luminosos que ya eran familiares en las noches de la Biblia, y seguiremos negando su existencia aunque sus tripulantes se sienten a almorzar con nosotros, como ocurrió tantas veces en el pasado, porque somos los habitantes del planeta más provinciano, reaccionario y atrasado del Universo.
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Crónica de una esposa devuelta: la historia de amor escondida tras la “muerte anunciada” de García Márquez
La mañana del 22 de enero de hace 70 años, en 1951, los habitantes de un pueblo remoto del Caribe colombiano llamado Sucre despertaron con el alboroto de un crimen fratricida. Víctor y Joaquín Chica Salas acababan de acuchillar a su amigo Cayetano Gentile Chimento, en venganza por la deshonra de su hermana Margarita, cuyo esposo, Miguel Reyes Palencia, la había devuelto a su familia tras comprobar en la noche de bodas que no era virgen. Aterrada por los golpes de su esposo y la furia de sus hermanos, Margarita había confirmado el rumor que circulaba en el pueblo desde que fuera novia de Cayetano cinco años atrás: la pareja había tenido relaciones sexuales. Margarita aún lloraba en la casa familiar cuando le dieron la inconcebible noticia que cambiaría su vida para siempre.
El suceso fue considerado un crimen de honor, amparado por el código feudal que subsistía en la región, y por la Ley, que acabaría declarando a los hermanos Chica Salas inocentes por haber actuado “bajo intensa ira y dolor”. El asesinato era, además, ubicuo en aquel medio siglo sangriento que goza aún del infame título de “La Violencia”, con V mayúscula, para señalarlo como momento cumbre en la prolongada historia de lucha armada que sigue azotando al pueblo colombiano. De modo que la muerte de Cayetano Gentile habría pasado al olvido de no ser porque en ese pueblo vivía entonces la familia de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, parientes del muerto y de los asesinos. Los García Márquez abandonaron el pueblo semanas después, con ayuda de Gabo, quien recibió la noticia desde Barranquilla. Aunque supo de inmediato que tenía que contar esa historia, tardó tres décadas en compilar las piezas que compondrían su sexta novela.
Treinta años más tarde, el 28 de abril de 1981, aquella historia se lanzaría con bombos y platillos bajo el título de Crónica de una muerte anunciada. A cuatro décadas de su publicación la “muerte anunciada” persiste en la imaginación de millones de estudiantes del mundo hispano que continúan leyéndola en la escuela secundaria, y de millones a nivel global iniciados en la lectura del autor con ésta, la más legible de sus novelas. No obstante, la historia de aquel crimen continúa inconclusa, y confusa. Pese al notable talento de García Márquez para hacer indiscernibles los límites entre la realidad y la imaginación, ninguna de sus novelas ha dado lugar a la fascinante yuxtaposición entre hechos y ficción desencadenada por Crónica.
Este artículo rinde homenaje a la publicación de este clásico, en su momento declarado “el acontecimiento editorial más importante del mundo hispano” (El País, de España). A la luz de un borrador inédito, entre otros documentos disponibles en el archivo personal de Gabo en Austin, ofrece además un recorrido por el proceso de escritura y transformación de los hechos, y por el rosario de equívocos desatado por la cobertura periodística del episodio real. Recuenta también los misterios que continúan irresueltos, en la ficción y en la vida, en torno a la esposa devuelta, Margarita Chica Salas, la violencia sufrida por el personaje y sus múltiples amores “terribles”. Propone así una mirada contemporánea al problema de la responsabilidad colectiva que García Márquez quiso ilustrar con su reconstrucción del crimen de 1951.
Una novela anunciada
En Vivir para contarla (2002), García Márquez atribuye el alargado lapso entre el suceso trágico y la escritura de Crónica de una muerte anunciada a un pacto con su madre, quien le hizo prometer que no publicaría la historia mientras siguiera viva la madre de Cayetano que era su comadre. En el borrador citado de la novela, García Márquez cuenta una versión más sugerente. Durante 27 años recogió testimonios y contó el crimen a amigos y editores sin poder escribirlo porque el relato estaba inexplicablemente incompleto. El final que faltaba llegaría por un rumor acreditado a su amigo Álvaro Cepeda Samudio, según el cual los esposos del triángulo trágico habían regresado juntos, y vivían en Manaure, “‘viejos y jodidos, pero felices’”. Aquella “revelación”, decía Gabo en un epílogo que suprimió del manuscrito final, “me puso el mundo en orden… Todo estaba entonces muy claro: por mi afecto hacia la víctima, yo había pensado siempre que esta era la historia de un crimen atroz, cuando en realidad debía ser la historia secreta de un amor terrible”.
La anécdota que atribuía bases reales al final de la historia de amor en la novela fue publicada posteriormente en un artículo titulado El cuento del cuento en los periódicos El País (España, 21 de agosto de 1981) y El Espectador (Colombia), pero la “reconciliación increíble” de los esposos fue descartada como ficticia aún por los pocos críticos que consideraron “el cuento”.
La historia del amor terrible
Crónica de una muerte anunciada es, a grandes rasgos, tres historias entrelazadas: la del asesinato de Santiago Nasar (encarnación de Cayetano), la del cronista que lo reconstruye (identificado con García Márquez en su faceta de periodista) y la de los esposos cuyo amor es contrariado por el crimen, Ángela Vicario y Bayardo San Román (en la realidad, Margarita y Miguel). El narrador hila las tres historias contando sus peripecias al tratar de elucidar los hechos que antecedieron a la muerte de su amigo de infancia. Incorpora asimismo una reflexión sobre los efectos de esa muerte pregonada a gritos que nadie osó impedir, pero que acosa a sus testigos debido a la tardía comprensión de la presunta inocencia del acusado por la deshonra. La convicción del cronista de que Santiago Nasar es inocente es, además, el detonante del misterio que obsesiona a lectores y críticos de la novela: ¿Quién fue el verdadero amante de Ángela Vicario? Hasta allí la “muerte anunciada”.
La tercera historia, la de la esposa devuelta, es oscurecida por la ambivalencia del narrador hacia Ángela Vicario, su prima, a cuya dudosa respuesta sobre la identidad de su amante atribuye la muerte de Santiago. Mientras los hermanos vengadores son obligados por un deber de hombres, y el esposo es según consenso del pueblo “la única verdadera víctima”, la participación de Ángela no es atribuida a la fatalidad, las circunstancias o legítimos errores, sino a su lealtad al amante escondido.
Años después, cuando tras haber sido humillada, golpeada y exiliada del pueblo, Ángela Vicario reclama las riendas de su destino, sufre la súbita revelación de que ama a Bayardo San Román, el arrogante pretendiente con quien se había casado a regañadientes ante el deber ineludible de sacar a su familia de la pobreza. Decidida a hacerse virgen para él, Ángela dedica 17 años a escribir las cartas semanales que inspirarán el retorno del esposo agraviado, con el fajo de cartas bajo el brazo y sin haber abierto la primera de ellas. Este “final feliz” concluye la historia del “amor terrible” a la que el narrador se refiere en el epílogo citado. La película homónima de Francesco Rosi basada en la novela privilegia esa historia de amor.
De las dos primeras historias es ya lugar común decir que están basadas en hechos reales, si bien la versión de esos hechos recreada por Crónica de una muerte anunciada y ratificada por la cobertura de prensa que acompañó la publicación de la novela, ha sido el origen de una extensa, y dañina, cadena de equívocos. Poco se ha dicho en cambio de los hechos que inspiraron la historia de amor.
Tras los misterios más populares entre los lectores de la novela, y la más aclamada versión de los hechos reales, se agazapa la historia de la esposa devuelta, la violencia de la que fue objeto y los “terribles” amores que justificaron esa violencia. Oculta permanece, además, la verdadera historia de la mujer que dio origen al personaje, Margarita Chica Salas, atravesada treinta años después del crimen cometido en su nombre por una segunda desgracia, la publicación de Crónica de una muerte anunciada.
Publicación de Crónica de una muerte anunciada
Para 1981, la coherencia política y estilística del “boom” de la literatura latinoamericana había disminuido, pero la revolución del mercado del libro promovida por la legendaria editora catalana Carmen Balcells, estaba por llegar a su cumbre. Con entrevistas, afiches y anuncios de página completa iluminados por el rostro vivaz de Gabo, se pregonó la publicación simultánea en Bogotá, Madrid, Ciudad de México y Buenos Aires, con un tiraje sin precedentes de millón ciento cincuenta mil copias, de la nueva novela de García Márquez. Tras una pausa de seis años desde El otoño del patriarca, la nueva novela vendría a robustecer, además, su candidatura para el Nobel de literatura, para el que llevaba tres años siendo nominado y que obtendría al año siguiente.
Pese a todo ese despliegue, la recepción inmediata de Crónica de una muerte anunciada fue controversial. En Colombia, donde las crónicas periodísticas de García Márquez eran recibidas con comparable entusiasmo, el debate se centró en los límites entre la “novela” y el reportaje.
El mismo día en que Crónica de una muerte anunciada se distribuyó en librerías y supermercados, la revista Al día lanzó en su número inaugural un artículo con los hechos que la habían inspirado. García Márquez mismo le había regalado la primicia a la directora y le había recomendado a los periodistas que desenterraron los vestigios del crimen real de 1951. El artículo exhibía un diagrama de la plaza en Sucre donde ocurrió y emparejaba en una tabla a los personajes reales con los ficticios. Pero como delata su título, Gabo lo vio morir, los periodistas se habían dado licencias importantes en la reconstrucción de la escena.
El reportaje carecía de las declaraciones de los sobrevivientes, los esposos Margarita y Miguel, o de los autores del crimen, Joaquín y Víctor Chica Salas. Omitía, además, la existencia de la relación entre Margarita y Cayetano. En la copia personal del artículo, en el archivo citado en la Universidad de Austin, está una anotación de puño y letra de García Márquez con las reacciones sobre esa publicación: “Error: eran novios”, escribe, y apunta que el relato de los periodistas sufrió las “influencias de la novela”.
Tres invenciones clave
Lejos de elucidar los límites entre realidad y ficción, el reportaje de Al día contribuyó a su confusión, forzando a Gabo a precisar que su novela era una “transposición poética de los eventos reales”. Era, además, una mejor recreación del hecho que la de los testigos entrevistados: “tengo la pretensión de que el drama de mi libro es mejor, está más controlado, más estructurado” (Jesús Ceberio, El País).
Un entramado de persuasivas alteraciones le había garantizado al autor el control sobre el drama real. La más decisiva fue negar rotundamente la relación entre el muerto y la novia, y el rumor de su condición. El manuscrito inédito encontrado en el archivo de Austin revela que hasta su penúltima versión, en el pueblo de Crónica de una muerte anunciada, como en el real, circulaba el rumor de que Ángela Vicario no era “señorita”. Aún más, Bayardo San Román, al igual que el novio de la realidad, se casaba a sabiendas de que su prometida había estado enamorada de otro. Tachones y anotaciones del autor atestiguan el cambio tardío y magistral que cimienta el más seductor de los misterios de la obra.
Dos décadas después, en Vivir para contarla (2002), García Márquez reviviría sus memorias del chisme y retrataría una escena en la que Cayetano y Margarita regresaban juntos al pueblo a caballo, ella “con las riendas en el puño, y él en ancas, abrazado a su cintura”. Además de la inusual intimidad entre los novios, el autor remarcaría la osadía de su amigo al “entrar por el camellón de la plaza principal a la hora de mayor movimiento y en un pueblo tan malpensado.”
Una segunda y fundamental invención fue la resistencia de Ángela Vicario al matrimonio con Bayardo San Román. En la vida real, Margarita se había casado por amor y contra la reticencia de su madre hacia un prometido de quien se decía que tenía mujer y dos hijos en otro pueblo. Este giro, que perfilaría al personaje como una novia rebelde y leal al amante escondido, explica la necesidad de inventarse, en tercer lugar, el amor tardío de Ángela por Bayardo, cuyo origen es remitido por el narrador a la furiosa consumación del matrimonio en la noche de bodas.
A aquella violenta noche se refirió directamente el esposo del drama real, Miguel Reyes Palencia, en una entrevista vendida a la revista Al día poco después de la publicación del primer artículo. En ella se declaraba engañado, aunque admitía conocer el rumor sobre Margarita. Se ufanaba, además, de haberle dado una golpiza y haberle puesto un cuchillo en la mano para que se matara; pues era Margarita, y no Cayetano, quien merecía morir esa noche.
La versión de los hechos, según Al día, se difundió en otras revistas y periódicos internacionales inspirando el juicio público al que fue sometida por segunda vez la esposa devuelta. Cuando Margarita Chica se decidió a hablar en primera persona el daño estaba hecho. Frente a la exculpación de los hermanos, el ruidoso testimonio del esposo, la omisión de su relación con el muerto y la promoción de la “inocencia” del mismo, en la novela y en la realidad, solo quedaba una posible culpable.
La historia de Margarita Chica Salas
La vida fue tan poco generosa con Margarita como la ficción. En la única entrevista que concedió al periodista Blas Piña Salcedo para El Espectador, habló de su amor por Cayetano Gentile como un noviazgo juvenil y sin malicia, y de su relación sexual como la primera de una cadena de errores fatales. Cayetano Gentile se había distanciado al irse a estudiar a Bogotá, y Margarita había callado pese a que la costumbre local lo habría obligado a casarse con ella. Era de ese silencio, que sostuvo hasta su boda con Miguel, cinco años después, de lo único que se arrepentía. Al romperlo, bajo golpes y amenazas del marido, no imaginó que sus hermanos matarían a Cayetano. Treinta años de anonimato y trabajo honesto la habían dignificado, decía, hasta la mañana en que se encontró a sí misma en la nueva revista entre “tanta mentira, tanta infamia, tanta falsedad”.
Lo que Margarita Chica Salas no contó en aquella entrevista fue que, según un rumor que el mismo periodista comprobaría más tarde, años después de aquella tragedia el esposo la había buscado de nuevo. Las hermanas de García Márquez estaban al tanto del rumor, y atribuyen el retorno de Miguel, quien vivía en Barranquilla con la madre de sus hijos, a la noticia de que Margarita se había ganado una fracción de la lotería. La historia de la lotería, que aparece en la novela, era real. Real era también, con esa ironía que solo la vida sabe inventar, que la novia devuelta vivía de bordar trajes de bodas para las señoritas bien de la ciudad de Sincelejo.
Dolida por las declaraciones de su esposo, Miguel Reyes Palencia, Margarita concluyó su relación tras la publicación de la novela. Más tarde lo perdonaría y, pese a la vigilancia de su familia, persistiría en su romance clandestino con aquel hombre que legalmente seguía siendo su esposo. Miguel trataría entonces de convencerla de irse con él a Europa a vender su historia.
Las piezas de aquella historia que Margarita se negó a vender serían recogidas 25 años después de la publicación de la novela, por Akio Fujiwara, un periodista de origen japonés. Fujiwara había leídoa García Márquez en sus años de estudiante, y el mundo retratado por el escritor había sido fuente de inspiración para aprender español y hacerse corresponsal en Latinoamérica. Atraído por el intrigante secreto de Ángela Vicario, y por el giro final de su violenta historia de amor, Fujiwara rastreó en Sucre y Sincelejo a la protagonista del drama real. Aunque para entonces Margarita había muerto, su historia seguía viva entre los testigos, cuyas memorias eran ya indistinguibles de la leyenda creada por la novela. Fujiwara contaría los pormenores de su rigurosa investigación en un libro titulado La mujer sepultada por García Márquez, publicado en 2007, y que aún no se traduce al español.
Aún hoy no sé si acreditarle a la rebeldía o a una ingenua osadía, el anacronismo delatado por los “errores” de Margarita. Al alejarse Cayetano, Margarita lo había librado de lo que entonces se consideraba su “responsabilidad”. Luego, al aparecer Miguel, y como cualquier mujer de nuestros tiempos, Margarita dio por cerrado el capítulo anterior y le apostó todo a su nuevo amor. Quizás, como sugiere Fujiwara, era una mujer “adelantada en el tiempo y apostó que llegaría una nueva época cuando no se daría tanta importancia a la virginidad”. Pero ¿cómo interpretar que no previera las consecuencias de esa manera “moderna” de amar en una sociedad tan retrógrada como la suya? Solo la ceguera del amor puede explicar su mayor error: imaginar que Miguel podría pasar por encima de su amor propio y de la convención social para quedarse con esa pieza magullada que para entonces era el cuerpo, y la reputación, de su esposa.
En sus años postreros, Margarita perdería la vista, dejaría de bordar y se entregaría con fervor al cigarrillo. Moriría de un paro cardíaco ligado a una deficiencia pulmonar en 2003 a la edad de 78 años. Por su parte, Miguel Reyes continuaría hasta poco antes de su muerte, en 2017, a los 95 años, dando entrevistas televisivas como el “último personaje vivo de García Márquez”, quejándose por el fracaso de sus demandas contra el autor y despreciando públicamente a la mujer a la que había seguido viendo en secreto.
Uno entre muchos misterios irresueltos
De modo que García Márquez se inventó el final feliz, pero la “historia secreta de un amor terrible” no fue mera ficción. ¿Conocía Gabo el rumor sobre el romance clandestino de los esposos, o fue ese final otra expresión de su prodigiosa capacidad de hacer a la realidad coincidir con la ficción? Es difícil establecerlo con certeza. Contrario a lo novelado, García Márquez no habló nunca con Margarita después del crimen. De haber conocido ese secreto, la fuente más probable habrían sido sus hermanas, Margot, Aída y Ligia, quienes siguieron encontrándose con su prima regularmente hasta que la publicación de Crónica de una muerte anunciada ensombreció la relación. En mis entrevistas con Aída y Margot, ambas negaron que Gabo conociera el rumor, y su hermano Jaime no dudó en atribuir la coincidencia al don del escritor para la profecía. Los hermanos continúan además convencidos de que, como García Márquez lo recreó, Margarita mintió al acusar a Cayetano Gentile de su deshonra. En una crónica más extensa ahondo en los pormenores de ese otro misterio, entre los muchos que quedan inconclusos en torno a la novia devuelta y su cadena de amores truncados.
Cuenta García Márquez que su interés al novelar esta historia consistió ya no en relatar el crimen que cobró la vida de su amigo, sino en promover una reflexión sobre la responsabilidad colectiva. La irresolución de los misterios en la novela funciona como invitación a que juzguemos no solo la participación de los espectadores de aquel crimen motivado por un código obsoleto e injusto, sino además nuestra propia alineación con los prejuicios y jerarquías que mantienen al pueblo inerme ante la violencia inminente. A cuarenta años de su publicación, Crónica de una muerte anunciada ofrece a sus lectores globales un singular retrato no solo de la condición violenta del poder ratificado por el “crimen atroz”, sino de la violencia implícita en el “amor terrible”.
Lo terrible del inaudito amor entre los esposos, sugiere el narrador del epílogo suprimido, es que se alimenta de esa forma extrema de machismo que empuja a los hermanos Vicario a matar, cuya brutalidad es denunciada abiertamente en la novela. Una lectura contemporánea de este clásico supone revisar, además, la violencia ejercida sobre la protagonista femenina, la del drama real y la de la novela.
Lo más terrible de la cadena de sucesos desatada por los “errores” de Margarita Chica Salas es que tanto el hombre que tomó su virginidad como quien se casó con ella y la devolvió, al igual que los hermanos que mataron para devolverle la honra, actuaron en nombre del amor, de esa terrible forma de amar que resulta de la obsesión por el control propia de la masculinidad tradicional. Esa manera de amar, viva y vigente en nuestros días, aunque ya no cobra el honor de las hermanas, continúa en sus formas más extremas instigando la muerte de miles de mujeres a manos de aquellos que las “aman”.
Muchas preguntas continúan acechándome en torno a la novia devuelta. Particularmente apremiante me resulta pensar en qué habría sido de esta historia si Miguel hubiera tenido el coraje de ejecutar él la sentencia que promulgó contra Margarita cuando le entregó el cuchillo para que se matara. ¿Qué habría pasado si no hubiera sido Cayetano Gentile sino Margarita Chica Salas la víctima fatal de la violencia machista? Temo que no habría habido “crimen atroz” ni novela anunciada; solo una mujer más asesinada “bajo intensa ira y dolor”, una víctima más de las tantas historias del “amor terrible” que siguen siendo el pan de cada día en Latinoamérica, y más allá.
Sobre Nadia Celis
Es investigadora y profesora asociada en Bowdoin College, donde enseña para el departamento de Lenguas y Literaturas Romances y dirige el Programa de estudios Latinoamericanos, del Caribe y Latinx. Es autora de La Rebelión de las niñas: El Caribe y la conciencia corporal (Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2015) y trabaja en un proyecto titulado La soledad de las Buendía: Intimidad y violencia en el Caribe de García Márquez.
Este artículo es una versión del originalmente publicado en WMagazin, bajo el título “‘Crónica de una muerte anunciada’, de García Márquez: la historia secreta de los amores escondidos, la desgracia real y el proceso de escritura»